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Recorriendo la Plaza de Wenceslao y la Ciudad Nueva de Praga

Cuando uno piensa en Praga, lo primero que vienen a la cabeza son los tejados rojizos de la Ciudad Vieja, el reloj astronómico o el perfil del castillo dominando el Moldava. Pero basta con andar unos pasos hacia la Plaza de Wenceslao para que la ciudad nos cambie el guion. Aquí, en plena Ciudad Nueva (Nove Mesto), las fachadas modernistas conviven con centros comerciales, hoteles y transeúntes que parecen no mirar hacia arriba… aunque lo que hay sobre sus cabezas es pura historia.

A pesar de su nombre, no tiene nada de «nuevo». Fundada en el siglo XIV por Carlos IV, Nove Mesto nació para ampliar una ciudad que ya entonces se quedaba pequeña. La Plaza de Wenceslao fue en realidad un mercado de caballos, aunque cuesta imaginarlo mientras los tranvías y los coches cruzan a toda velocidad este bulevar inmenso que parece más una avenida que una plaza.

Y, sin embargo, cuando uno se detiene un momento, las capas del pasado empiezan a aparecer. Aquí se celebraron manifestaciones, funerales de Estado y concentraciones que cambiaron la historia de Checoslovaquia. Cada edificio, cada esquina, tiene cicatrices de un país que supo reinventarse. En esta ruta vamos a recorrer no solo la Plaza de Wenceslao, sino también los rincones más vivos de la Ciudad Nueva.

Recorrido por la Ciudad Nueva de Praga

¿Sabías que en la Plaza de Wenceslao se proclamó la independencia de Checoslovaquia? Fue el 28 de octubre de 1918, cuando una multitud se reunió aquí para escuchar la proclamación de la independencia de Checoslovaquia tras la caída del Imperio austrohúngaro. Imaginamos aquel día de euforia con banderas ondeando, abrazos entre desconocidos, discursos improvisados en balcones… La Plaza de Wenceslao se convirtió entonces en el kilómetro cero de un país que nacía con ilusión y esperanza, y aún hoy esa fecha es fiesta nacional en la República Checa.

Qué ver en la Plaza de Wenceslao. Del mercado de caballos a las revoluciones

Al poner un pie en la Plaza de Wenceslao lo primero que sorprende es su tamaño. Más que plaza, parece una avenida interminable flanqueada por edificios de estilos muy distintos. A nuestro alrededor se mezclan turistas con oficinistas que caminan deprisa, como si este lugar fuera, al mismo tiempo, escaparate y rutina diaria.

Lo curioso es que, pese a su aire moderno, estamos en un espacio con siete siglos de historia. Carlos IV mandó crear aquí, en 1348, un mercado de caballos para la Ciudad Nueva. Resulta difícil imaginar aquel bullicio medieval mientras los tranvías actuales pasan a toda velocidad y las tiendas de moda ocupan las plantas bajas de las fachadas.

Praga - Plaza Wenceslao - Estatua

La plaza, sin embargo, nunca fue solo un mercado. Con el tiempo se convirtió en el escenario de los grandes momentos de la historia checa. Aquí se proclamó la independencia en 1918, aquí ardió la desesperación de Jan Palach en 1969, y aquí mismo se llenaron las calles de velas y voces en 1989, cuando la Revolución de Terciopelo derribó al régimen comunista.

¿Qué pasó con Juan Palach?

En enero de 1969, este joven estudiante checo decidió prenderse fuego aquí mismo, frente al Museo Nacional, como protesta contra la ocupación soviética tras la Primavera de Praga. Su gesto desesperado sacudió a toda la sociedad: no era solo un sacrificio personal, sino un grito para que su pueblo no se resignara. Hoy, una sencilla cruz en el suelo y flores frescas recuerdan aquel acto extremo de valentía y dolor, y detenerse un momento frente a ella es imposible sin sentir un nudo en la garganta.

En medio de este bulevar se alza el monumento a San Wenceslao, patrón de Bohemia, montado a caballo y rodeado de otros santos protectores. No es un simple adorno: se ha convertido en punto de encuentro para manifestaciones, celebraciones y citas improvisadas. Muchos checos dicen todavía “nos vemos bajo el caballo” como si fuera el reloj de la Puerta del Sol madrileña o la Fontana di Trevi romana.

No estamos solo ante un espacio urbano, sino ante una especie de diario colectivo de la nación, donde cada piedra parece guardar memoria de protestas, victorias y derrotas.

El Museo Nacional: La puerta monumental de la plaza

Avanzamos hacia el extremo superior de la Plaza de Wenceslao y es imposible no fijarse en la mole neorrenacentista que la corona: el Museo Nacional. Su cúpula, visible desde casi cualquier punto de la plaza, parece vigilar el ir y venir de transeúntes como si recordara que la historia de la nación checa también pasa por aquí.

Cuando lo vemos de cerca, impresiona más todavía. El edificio fue inaugurado en 1891, en plena efervescencia del nacionalismo checo, y su aspecto monumental no es casualidad ya que se construyó para dejar claro que la cultura y la identidad del país tenían un hogar propio. En tiempos en que el Imperio austrohúngaro marcaba las reglas, este museo fue un gesto de orgullo y afirmación.

Praga - Plaza Wenceslao

Durante nuestra visita nos llama la atención que, pese a su elegancia, el edificio también lleva cicatrices. En 1968, cuando los tanques soviéticos entraron en Praga para sofocar la Primavera, las balas dejaron marcas en la fachada. Años después, en los noventa, un túnel de tráfico abrió literalmente bajo sus cimientos y lo debilitó. Hoy, tras una profunda restauración, luce de nuevo imponente, como si nada hubiera pasado… aunque la memoria de esos episodios sigue presente en las fotos que se exponen dentro.

El interior es tan majestuoso como su exterior: escalinatas, bóvedas decoradas y salas que parecen más un palacio que un museo. Aquí encontramos colecciones de historia natural, arqueología e incluso documentos clave de la nación. Más allá de las vitrinas, lo que sentimos es estar en un lugar que los checos consideran un símbolo, casi un templo laico de su identidad.

Salir del museo y volver a mirar la plaza nos hace verlo de otra manera. Ya no es solo un bulevar lleno de tiendas, sino un escenario donde la cultura y la política se han cruzado durante siglos.

El Gran Hotel Europa y la huella del modernismo

En medio de la plaza, casi camuflado entre escaparates y carteles luminosos, nos topamos con el que fue uno de los hoteles más elegantes de la ciudad: el Grand Hotel Europa. Su fachada art nouveau, inaugurada en 1905, todavía conserva el aire decadente de los viejos tiempos, cuando aquí se alojaban aristócratas, artistas y viajeros que querían experimentar la modernidad de Praga.

Hoy el edificio se encuentra cerrado a la espera de una restauración que le devuelva su esplendor. Y, sin embargo, al mirar sus balcones curvos, sus relieves dorados y esa tipografía tan de otra época, uno puede imaginar la vida de principios del siglo XX: bailes, tertulias, pianistas en el salón y coches de caballos esperando en la entrada. Lo que más nos sorprende es que, pese al paso del tiempo, el hotel sigue siendo un símbolo. Muchos praguenses lo recuerdan con nostalgia y sueñan con volver a verlo abierto.

Národní Třída. Paseando por la avenida de la Revolución de Terciopelo

Dejamos atrás la plaza y caminamos hacia la avenida Národní Třída, un lugar cargado de historia reciente. Aquí, el 17 de noviembre de 1989, una manifestación estudiantil contra el régimen comunista fue brutalmente reprimida por la policía. Aquella jornada, que empezó con miedo y violencia, se transformó en el punto de partida de la Revolución de Terciopelo, el movimiento pacífico que en pocas semanas derribó a la dictadura.

Mientras recorremos la avenida, nos detenemos frente al memorial que recuerda aquellos hechos. Unas manos en bronce que emergen de la pared, acompañadas de velas y flores que nunca faltan. El contraste es fuerte: a nuestro alrededor hay cafeterías modernas, tiendas de diseño y tráfico constante, pero basta mirar ese sencillo monumento para que la memoria se imponga. Caminamos en silencio unos metros, conscientes de que estamos en el mismo lugar donde miles de personas soñaron, y consiguieron, recuperar su libertad.

Pasajes secretos y cafés históricos

Uno de los mayores descubrimientos de Nove Mesto son sus pasajes interiores, galerías que atraviesan manzanas enteras y que conectan la plaza con calles secundarias. Desde fuera parecen discretos, casi invisibles, pero al cruzar sus puertas uno entra en un pequeño universo de cafés, tiendas y cines con aire retro. El más famoso es el Lucerna Passage, una obra modernista de principios del siglo XX que todavía conserva el encanto de los días en los que la burguesía de Praga buscaba espacios de ocio cubiertos.

En este pasaje nos encontramos con una de las esculturas más provocadoras de la ciudad, el caballo invertido de David Černý. Se trata de una parodia de la estatua de San Wenceslao que domina la plaza: aquí, el santo aparece montado sobre un caballo colgado boca abajo, hinchado y grotesco. Muchos lo interpretan como una crítica al poder y a los símbolos oficiales. Nosotros, al verlo, pasamos de la risa nerviosa a la reflexión; pocas ciudades se atreven a reírse así de sus propios símbolos.

Además de los pasajes, esta parte de la ciudad está repleta de cafés históricos, auténticas cápsulas del tiempo donde aún se respira el ambiente intelectual de principios del siglo XX. En locales como el Café Lucerna o el Slavia se reunían artistas, escritores y disidentes políticos. Sentarse en una de sus mesas y mirar a través de sus ventanales es casi como viajar en el tiempo.

El Teatro Nacional: Orgullo de la identidad checa

Al continuar nuestro paseo llegamos al Teatro Nacional (Národní divadlo), un edificio imponente a orillas del Moldava que brilla con su cúpula dorada. Su sola presencia transmite orgullo, pero lo verdaderamente fascinante es la historia detrás de su construcción: no fue levantado por reyes ni emperadores, sino por el propio pueblo checo, que en el siglo XIX organizó colectas populares para financiarlo.

El teatro se inauguró en 1881, pero apenas unos meses después sufrió un devastador incendio. La tragedia podría haber acabado con el proyecto, pero ocurrió lo contrario: la población respondió con una nueva campaña de donaciones, y en menos de dos años el edificio renació de sus cenizas. Esa tenacidad convirtió al Teatro Nacional en un símbolo de resistencia cultural y en un estandarte de la identidad checa frente a las imposiciones del Imperio austrohúngaro.

Hoy, entrar en el teatro es sumergirse en un palacio de mármol, frescos y lámparas de araña que rivaliza con cualquier ópera europea. Incluso si uno no asiste a una función, basta con una visita guiada para sentir la emoción de estar en el lugar donde se estrenaron las grandes obras de la literatura y la música checas. Para los praguenses, sigue siendo mucho más que un teatro: es un recordatorio de que la cultura puede ser un acto de resistencia.

Otros rincones de Nove Mesto

La Ciudad Nueva no se agota en su plaza principal y sus avenidas. Uno de sus rincones más sorprendentes es la Casa Danzante (Tančící dům), un edificio contemporáneo que rompe radicalmente con el entorno. Diseñada en los años noventa por Frank Gehry y Vlado Milunić, sus formas curvas recuerdan a una pareja de bailarines en movimiento. Al verla por primera vez sentimos un choque: ¿cómo encaja este diseño casi futurista en una ciudad medieval? Pero tras unos segundos comprendemos que es precisamente eso lo que la hace especial: Praga nunca ha tenido miedo de reinventarse.

Praga - Casa Danzante

Otro lugar inesperado es la Plaza Carlos (Karlovo náměstí), considerada una de las más grandes de Europa. Aunque hoy es un parque tranquilo rodeado de edificios administrativos, en la Edad Media fue escenario de ferias y ejecuciones públicas. Pasear entre sus árboles nos hace reflexionar sobre cómo los espacios cambian de función con los siglos: donde antes había multitudes y horcas, hoy hay bancos, fuentes y familias con niños.

La ruta también nos lleva a la Iglesia de San Ignacio, una joya barroca con un interior luminoso que contrasta con la sobriedad de su fachada. Es un templo menos visitado que las catedrales de la Ciudad Vieja, pero precisamente por eso conserva una atmósfera íntima. Sentados unos minutos en sus bancos de madera, escuchamos el eco de los rezos y entendemos que incluso en la parte “nueva” de Praga, la espiritualidad sigue siendo parte del paisaje.

Mirando al futuro sin olvidar la historia

Al terminar nuestro recorrido por Nove Mesto, volvimos a uno de los extremos de la Plaza de Wenceslao y miramos hacia atrás, recorriendo con la vista los edificios, pasajes y monumentos que hemos cruzado. Es imposible no sentir que hemos caminado por un espacio donde la historia no está solo en los libros.

Lo que más nos impacta es el contraste entre pasado y presente. Cada calle, cada plaza y cada pasaje tiene una historia que contar, y nosotros nos sentimos afortunados por haberla recorrido en primera persona, dejando que los detalles, pequeños gestos, recuerdos, anécdota, nos enseñen más que cualquier guía o folleto turístico.

Ahora entendemos que la identidad checa se construye tanto sobre la memoria de sus logros y tragedias como sobre la capacidad de mirar hacia adelante. Y esa es, quizá, la lección más valiosa que se puede llevar un viajero: conocer una ciudad no es solo verla, sino sentirla en su historia, en su arquitectura y en la vida cotidiana que palpita a cada paso.

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